8 may 2010

"Historias de Chueca", de Abel Arana (la crítica)



Por fin me decido a escribir la críticia de el libro del año 2008 (para muchas personas). El estar solo en plan meditabundo hace que el taimgousbaisoeslouli, y me den ganas.

El título lo dice casi todo. Historias de Chueca cuenta las andanzas de un grupo de amigos en un barrio madrileño que si es famoso por algo es por ser el centro de la cultura gay madrileña. Hasta aquí todo correcto. Pero si por algo he de destacar de esta lectura (que por supuesto recomiendo) es por el transfondo de radiación hilarante de la que Arana va pincelando los caracteres y los impulsos argumentales de sus personajes.

La narración en una supuesta primera persona dota a la historia de una creíble veracidad de los hechos. Mezcla de Virginia Woolf en "La señora Dalloway" y Georges Bataille en su más eroticolúdica vertiente. La imagen que se da del barrio ha sido criticada por entender que se da el aspecto más frívolo y típico de la movida gay, pero entiendo que quien dice eso no vive Chueca en el mismo grado que los personajes del libro.

Se puede ser gay sin pisar esas saunas, esos gym de diseño, sin tener una vida promiscua y todo lo que relata la novela, pero ahí destaca la raigambre costumbrista dibujada por Abel Arana, en lo típicamente gay.

La lectura es adictiva, divertida y muy rápida. El ojo avizor que casi todo lo ve, la manera en que nos hace partícipes de las situaciones más rocambolescas que se nos puedan pasar por la cabeza (en ocasiones demasiado) hacen de esta novela un buen modo de asomarse a un lado de nuestra realidad. Introspectivamente nos enseña que ese lado de la vida existe, un mundo autoabastecido y que, al fin y al cabo, nos revela que en todas partes los gays conviven como lo haría cualquier hijo de vecino. En algun momento nos sentiremos identificados en los gustos, situaciones, diálogos... y esa identificación en algo que es típicamente actual convierte a la novela en una obra postmoderna. Vivimos en una cultura postmoderna en tanto en cuanto nos gusta lo que nos identifica de algún modo, y tenemos que ver ese reflejo tanto a la hora de crear como a la hora de contemplar lo crado.

Os lo recomiendo, no tardaréis ni dos tardes en leerlo porque es matemáticamente imposible no querer seguir leyendo. Una lectura al fin y al cabo divertida y con muy buen rollo a través de la delgada línea de la ironía. Veremos a ver qué depara esa segunda parte.

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